viernes, 16 de junio de 2017

La muerte de Balder

De nuevo os traigo una entrada especial para Midsummer, que es un texto que habla sobre la muerte de Balder, ya que como os expliqué en anteriores entradas, Midsummer se relaciona con Balder. De este modo podéis leerlo en estas fechas y recordar o aprender este mito.



Es un fragmento extraido del libro Dioses y héroes de la mitología vikinga, de Brian Branston:

"La muerte de Balder

Balder soñó que su vida se veía amenazada. Cómo, o por qué sucedía tal cosa, era incapaz de decirlo, pero sí explicó ante los Ases su intranquilidad, y Odín estimó que los augurios eran tan serios, que decidió actuar por su cuenta. Se fue, pues, en solitario al Alto Nido y se sentó en el trono que le permitía ver cuanto acontecía en los nueve mundos. Un remolino de niebla y copos de nieve se formó en su imaginación y notó que estaba contemplando un rincón alejado y desolado de Niflheim. A través de la niebla vislumbró apenas una prolongada joroba de tierra, cubierta de nieve, sobre una sepultura. Sabía que tal era el sitio del antiguo enterramiento correspondiente a Volva la Vidente. Se dio cuenta, entonces, de que debía consultar al espíritu de la misma.

En secreto, muy temprano cierta mañana, Odín puso la silla de montar sobre los lomos de Sleipnir, le sacó de los establos del Valhalla y cabalgó cielos abajo. Hizo galopar a su corcel casi tan lejos como hasta los confines de Hel, hundiéndose cada vez más en oscuridad y frío intenso. Por fin llegó ante el precipicio de absoluta negrura que era Gnipahellir, y la boca del Hel, donde, en la oscuridad, como un monstruoso perro en una perrera, aullaba y gruñía Garmr, el perro de piel moteada de sangre. Cuando el animal reconoció al Padre de Todos y su caballo de ocho patas, gimió y fue a meterse en un rincón, y Odín pasó a su lado sin más. Odín no tenía intención de permitirle a la reina de Hel saber de su propia intrusión en los territorios de la soberana; sólo que conforme fue circulando a hurtadillas, sigiloso, por el extraño y misterioso ámbito de Niflheim, repleto de fantasmas, observó que en el palacio de la reina había una inusitada actividad. Y le pareció que estaban haciendo preparativos para recibir a algún huésped de nota.

Odín encaminó a Sleipnir hacia el muro oriental de Hel, donde se encontraba la tumba que él buscabaa. Quedó de pie, inmerso en sus serios pensamientos, mirando melancólico hacia el suelo, en el silencio del inminente y calamitoso destino. Vio cómo el túmulo funerario subía y bajaba, siempre cubierto por jirones de niebla en rotación. Concentró entonces todo su divino poder y pronunció cábalas y runas mágicas, lamando al ocupante de la sepultura para que se alzara y le hablase.

Aclaró un tanto la neblina y a través de ella Odín pudo contemplar una cabeza, o más bien su aparición, con cabellos grisáceos organizados en rizos propios de un elfo, con un rostro tan antiguo que el cráneo brillaba, transparentándose debajo. Era Volva la Vidente. No sólo veía hacia atrás, atisbando en el negro agujero del tiempo olvidado, sino también hacia adelante, hasta la época en que ya no quedase nada por acontecer en el mundo. Muy a regañadientes, con una voz que semejaba un susurro llegado desde eras hace ya largo tiempo transcurridas, Volva silabeó:

-¿Qué hombre es éste, para mí ignoto, que me extrae de mi muriente sepulcro? Hace innumerables eras que yo estaba envuelta entre la nieve y empapada de lluvia, transida de la humedad del rocío; llevo ya siendo una difunta mucho tiempo.

-Soy Explorador, hijo de Batallador -dijo Odín-. Vengo de allá arriba y deseo saber para quién están siendo dispuestos los asientos de la morada de Hel, con almohadones, y las mesas preparadas para comer y beber.

La adivina respondió:
-Tus runas son potentes, Explorador, hijo de Batallador, pero debes ahora saber esto: está lista la cerveza y chispea el hidromiel en honor de Balder, hijo de Odín. Hel se regocijará con su llegada, aunque los Ases se lamenten. He hablado contra mi voluntad. Déjame volver a mi descanso.

-¡Quédate, Volva! ¡Espera! No he acabado con mis preguntas todavía. Dime, te conjuro: ¿quien matará a Balder?, ¿quién asesinará al hijo de Odín?

-La mano del dios ciego Hoder será portadora de la rama fatal. He hablado contra mi voluntad. Me vuelvo a mi descanso.

-¡Espera, Volva, espérate! -gritaba Odín-. ¡No te vayas todavía! ¡Dime primero quién vengará la muerte de Balder!

-Rinda, la doncella -repuso la vidente-, dará a luz un hijo para Odín, Vali, en las Cavernas del Oeste. Este niño extraordinario ni se lavará las manos ni se peinará el reluciente cabello hasta que haya llevado el cadáver de Balder a la pira funeraria. He hablado contra mi voluntad. Déjame volver a mi descanso.

-¡No, Volva, no! ¡Por las mágicas runas te exijo! Respóndeme a una última pregunta: ¿qué palabra susurrará Odín al oído de su difunto hijo Balder cuando él yazca en la pira funeraria?

La boca sin labios de Volva se abrió como un negro agujero. La vidente emitió un grito y señaló a Odín con su dedo huesudo:

-¡Tú no eres Explorador, el hijo de Batallador! Solo Odín sabe que dará un mensaje a Balder, ya muerto, y sólo Odín conoce el contenido del mensaje. ¡Tú eres Odín! ¡Odín! ¡Odín!

Entristecido, el dios montó en Sleipnir y galopó de vuelta a Asgard. Convocó a todos los Ases para reunirse en consejo. No les habló de su viaje al fondo del Hel; únicamente les dijo que la vida de Balder se veía amenazada y había que tomar medidas para protegerla. Tras  largas deliberaciones, todos los dioses y diosas aceptaron la sugerencia presentada por Frig. Frig había sugerido sencillamente que ella, en su calidad de Madre de Todos, exigiría al fuego y al agua, al hierro y a toda suerte de metales, piedras, tierras, árboles, enfermedades, bestias, pájaros, venenos y serpientes, la promesa de que jamás perjudicarían a Balder. Todo el mundo, todas las cosas amaban tanto a Balder el Bueno, que otorgaron su promesa de no dañarle nunca.

Un sorprendente resultado de tales juramentos fue que Bader jamás se cortó con un cuchillo, ni se arañó la piel en una roca o piedra, ni se pinchó con un alfiler, ni se torció el pie, ni se golpeó  la cabeza. Y cuando sus hermanos se dieron cuenta de ello convirtieron en un deporte y pasatiempo, durante sus reuniones y fiestas, el hacerle permanecer de pie mientras todo aquel que lo desease le disparaba flechas, o trataba de herirle con lanzas o espadas, o sencillamente le tiraba piedras. Fueran cuales fuesen las armas utilizadas en contra suya, él jamás recibió el menor daño.

Tan a sólo Loki, el Maligno, no le gustó un pelo la cuestión. Su deseo más querido era ver cómo Balder resultaba dañado y aun muerto, y se despepitaba por averiguar cómo podría perjudicar a un dios a quien nada podía dañar. 

La sociedad en aquellos días era más bien libre y despreocupada, incluso en Asgard, y la gente ofrecía alojamiento por una noche a absolutos extraños que iban de camino, o al menos les proporcionaban una comida a cambio de recibir noticias. Cierta mañana una vieja arpía, envuelta en chales, acudió vagabundeando a la puerta de la cocina en el palacio Fensalir, de la reina Frig. Su nariz era larga y verrugosa, y sus ojos, con grandes bolsas en los párpados, destilaban legañas. Le dieron de comer y de beber, y ella solicitó pasar el día acompañando a la dueña de la residencia. Cuando fue introducida en el nebuloso salón, Frig, para iniciar la conversación, preguntó a la anciana si había pasado, en su caminar, junto al punto de reunión de las divinidades, y si sabía qué estaban haciendo allí los dioses.

-Me pareció que trataban de matar a Balder -criticó la arpía.

Frig sonrió, gentil, y dijo:
-¡Oh, ellos jamás harían algo así!

-¡Pues yo pude verlos con mis propios ojos lanzándole venablos y disparándole flechas -insistió la horrible anciana-, y encima iba sin armadura.

Frig le explicó pacientemente:
-Ninguna clases de arma o varita mágica podrá jamás herir ni dañar a mi querido Balder. Nos dieron su palabra... todos.

-¿Quíeres decir, mi señora -graznó la arpía-, qué todas las cosas se han juramentado para proteger a Balder de cualquier perjuicio o daño?

-A decir verdad -dijo Frig-, falta un brote muy joven, el cual resulta demasiado débil para crecer por sí solo y tiene que estar junto a un roble para que éste le sirva de apoyo. Se le llama Muérdago y crece en un bosque al otro lado del Valhalla. No le pude exigir la misma promesa porque resulta demasiado inmaduro para pronunciar juramentos.

La vieja bruja, que en realidad era Loki disfrazado, dio media vuelta sin dar siquiera las gracias por el obsequio, y no perdió tiempo para encontrar el muérdago y cortarlo. No resultaba difícil de localizar, incluso en aquel triste bosque, con sus hojas verde claro y bonito fruto similar a una perla. Loki agarró un venablo y le ató una aguda espina de muérdago en la punta. Luego caminó hasta el lugar de reunión de los dioses, donde éstos continuaban todavía divirtiéndose arrojando cuanto tenían a mano contra Balder. En el borde del círculo de divinidades aparecía una desconsolada figura, el dios ciego Hoder. Podía escuchar cómo sus hermanos reían y gritaban, pasándolo en grande, y se sentía desdichado, fuera de lugar. Una voz taimada le susurró al oído:

-¿Por qué no le tiras nada a Balder?

-¿Porque no puedo verle -dijo Hoder-. Además no tengo nada que tirarle. Los Ases no quieren que maneje espadas y esas cosas; piensan que podría hacerme daño.

-Pues haz lo que los demás -insistía Loki- y actúa en honor de Balder, como ellos. Yo te guiaré hasta donde él está. Toma, tírale este venablo.

Hoder aferró la lanza con la punta de espina de muérdago y, como le había recomendado su interlocutor, la tiró contra Balder. El venablo voló derecho a clavarse en el corazón del otro, que cayó muerto al suelo.

Tan pronto como comprendieron que acababan de dar muerte a Balder, los dioses quedaron anonadados. Se miraban unos a otros, todos con idéntico pensamiento en la cabeza: "¿Quién ha hecho algo tan horrible? ¿Cómo lo ha hecho?".

La pena de Odín fue más amarga que la de los demás, aunque el hecho en sí no supuso para él sorpresa alguna. Sabía lo que significaba el asesinato de Balder: aquello era el principio del Fin.

Cuando los ases hubieron recuperado un tanto de serenidad, Frig tomó la palabra para decir:

-¿Quién de entre nosotros quiere ganarse la gratitud eterna y el afecto de todos los dioses, bajando hasta Hel y tratando de encontrar allí el espíritu de Balder? ¿Quién va a solicitar qué rescate exige la reina de Hel por permitir a Balder retornar a Asgard?

Uno llamado Hermod el Rápido, hijo de Odín y Frig, dijo que él estaba dispuesto a salir en tan peligrosa misión.

Entonces sacaron de los establos a Sleipnir, el caballo de Odín; Hermod se despidió sin ceremonias particulares, montó de un salto en el corcel y salió al galope.

Los dioses levantaron suavemente el cadáver de Balder y lo transportaron hasta la orilla del mar. El barco del difunto, una chalupa, se encontraba allí. Debido a sus hermosas tallas de anillos entrelazados la llamaban Ringhorni. Era una de la mayores embarcaciones de que disponían los dioses, y la pira funeraria para el cuerpo de Balder se había dispuesto sobre el puente.

A continuación, los restos de Balder fueron transportados a bordo, llevados a hombros, mientras la viuda, Nanna, lloraba dolorida y angustiada. No quería que Balder hiciera sólo su último viaje, y murió en la pira, junto al cadáver de su esposo. En el último instante izaron la vela. Thor se puso delante de la nave y bendijo con su martillo la pira funeraria. Cuando lo estaba haciendo, un enano, llamado Lit, se metió corriendo entre sus pies. Thor le propinó una salvaje patada, lanzándolo por los aires hasta hacerle caer en mitad del fuego, donde ardió hasta perecer.

Toda clase de gentes se congregaron para la ceremonia de la cremación. Los dolientes eran conducidos por Odín y Frig, y estaban también allí las Valkirias y los cuervos. Entre los asistentes estaba Frey en su carro, tirado por los dos jabalíes, Cerdas Doradas y Colmillos Desgarrantes. Igualmente figuraba entre la concurrencia Heimdall, a lomos de su caballo Crin Dorada, y Freya con sus gatos. Mas allá se apretujaba una gran muchedumbre de gigantes del hielo y de gnomos de las colinas, atisbando desde el fondo tras la familia. Odín arrojó a la hoguera su anillo de oro Draupnir el Goteador. El caballo del difunto, con todos sus mejores arreos,  ya había sido sacrificado y dejado en la pira misma.

De este modo el llameante barco fúnebre partió a toda vela de las orillas de Asgard. Estaba cayendo la noche y la larga nave empezó a acelerar su marcha como un monstruoso cisne que hendiese las olas salpicadas de fuego. Habían preparado la hoguera en la proa del navío, de modo que el viento no empujase las feroces lenguas ardientes sobre la estructura antes de que la embarcación se internara en alta mar. Mientras el fuego rugía, la hinchada vela resplandecía con la conflagración que mostraba delante, y quienes permanecían en la orilla pudieron contemplar el negro vástago del mástil, amén de los delgados flechastes y el brandal, cuyas siluetas se recortaban a la luz ambarina de la pira. Cayó la noche Pronto la esbelta embarcación se vio envuelta de proa a popa en el restallante fuego, hasta que la tablazón se carbonizó y las cuadernas más gruesas quedaron ennegrecidas. Al fin el buque se perdió ya en la distancia. Cabe que cuanto de él quedaba se hundiera, sibilante, en el mar, o puede que desapareciese en el horizonte, y lo cierto es que las chispas se apagaron parpadeando.

Entre tanto, Hermod viajaba hacia Hel. Cabalgó durante nueve días con sus noches, descendiendo barrancos cada vez más oscuros y más hondos, sin tropezarse con nadie hasta alcanzar las orillas del río Gioll. Siguió el curso del mismo hasta el puente de igual nombre, el cual estaba techado con oro ardiente. El nombre de la doncella que monta guardia en el puente es Modgud. Ella preguntó a Hermod: 

-¿Quién eres tú, que haces resonar de modo semejante a mi puente? Ayer pasaron cinco grupos de muertos por aquí, pero el puente retumbó con menos eco que bajo tu peso. Además no tienes la palidez del cadáver. Pero entonces, ¿por qué cabalgas por el camino de Hel?

-Voy a Hel en busca de Balder -respondió Hermod-. ¿No lo has visto pasar hacia Hel?

Ella le comunicó que Balder ya había pasado por el puente de Gioll, y le explico que el camino hacia Hel quedaba más bajo y hacia el norte. 

Hermod siguió, pues, galopando hasta llegar a la atrancada puerta de Hel, donde desmontó de Sleipnir y apretó la cincha del caballo. Volvió a montarse y espoleó al corcel,  que de un salto espectacular cruzó muy por encima de las barras del portalón. Así entró Hermod en el recinto principal de Hel, donde volvió a bajarse del caballo y penetró en la gran sala. Allí estaban su hermano Balder y su cuñada Nanna, aposentados en los respectivos tronos. Fue invitado a comer y beber y se quedó en su compañía durante aquella noche.

A la mañana siguiente suplicó a la reina Hel que permitiese a Balder cabalgar de vuelta a casa para reanudar la feliz vida familiar que todos llevaban antes en Asgard. Explicó lo grande que era la pena de los dioses. Pero la Reina de la Muerte volvió su lado lívido hacia él y parecía no haberse conmovido en absoluto. Hermod, tembloroso ante aquella visión, siguió rogando. Volvía siempre al mismo estribillo, es decir, que por causa de la defunción de Balder todo cuanto existía en la tierra y en los cielos se hallaba con el corazón desgarrado. Por fin, Hel le mostró su lado normal,  dando la sensación de que se ablandaba, y dijo:

-Pronto puede probarse si  Balder era tan sumamente amado como tú aseguras. Dile a Frig que estoy lista para hacer un trato con ella. Si todas las criaturas de arriba, vivas o muertas, verdaderamente lloran a Balder y están dispuestas a verter lágrimas para probármelo, entonces se lo devolveré a los dioses. Pero si hay una sola cosa que hable en contra suya o rehuse llorarle, ¡entonces Hel se queda con lo que ya tiene!

Hermod se levantó y Balder salió afuera para verse con él; se quitó el anillo Draupnir y se lo entregó para enviárselo a Odín como recuerdo, mientras su esposa, Nanna, enviaba algunas ropas y otros regalos a Frig, y a una diosa muy amiga suya llamada Fulla le envió un anillo de su dedo.

Sin pérdida de tiempo, Hermod cabalgó de regreso a Asgard y comunicó cuanto había visto y oído.

De inmediato, los Ases enviaron mensajeros a todos los rincones del Mundo Superior solicitando que se llorase a Balder como si no hubiera muerto del todo. Y todos se mostraron dispuestos a llorarle, dioses, hombres, bestias, tierra, piedras, árboles y todo género del metal; por ello, dicho sea de paso, hasta el día presente los metales no han olvidado cómo verter lágrimas al ser trasladados de lo frío a lo caliente. Y finalmente los mensajeros retornaron al Valhalla. Sucedió que uno de ellos pasaba junto a una cuerva cuando vio a una anciana bruja en cuclillas y pensó: "Casi me dejo a ésta a parte. Más valdrá que le haga llorar también." Así es que entró en la caverna y dijo:

-Estamos pidiendo a todos que lloren por Balder.

La anciana parecía ser sorda, de modo que el mensajero, a gritos, le volvió a decir:

-¡Queremos que derrames unas cuantas lágrimas por Balder!

La bruja le miró con tétricos ojos, duros y secos como guijarros.

-¿Cómo te llamas? -gritó el mensajero.

-Mi nombre es Ojos Secos -cacareó ella-, y si crees que voy a llorar por Balder estás sumamente equivocado. Vivo o muerto, ¡nunca me gustó! ¡Qué se quede Hel con lo que tiene! -rió con horribles carcajadas.

Los dioses estaban inconsolables al escuchar la  negativa de la hechicera. Debido a su actitud, Balder quedaba condenado a la permanencia en el Inframundo. Se lamentaban, abatidos, ante la malignidad de semejante criatura y preguntábanse quién podría ser. Y luego comprendieron la verdad: solamente Loki, el Maligno, podía resultar tan malvado. Él era la bruja Ojos Secos. En su furor, los  dioses determinaron hacerlo desaparecer para siempre."


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